El libre tránsito y la movilización indígena en la Amazonía venezolana está seriamente afectada por problemas como las restricciones generadas en torno a la escasez de combustible. El testimonio de Reina, indígena Ye’kwana de la comunidad de Tencua, da fe de ello.
Reina es un pseudónimo ideal para esta protagonista de No le Des la Espalda, cuyo nombre de pila también es de soberana y habla muy elocuentemente de quién es: alguien con arraigo a su lugar de origen, con sentido de pertenencia, que domina distintos campos de acción y regenta diferentes espacios. Es de estas formas personales de soberanía, pertenencia y habitar que quisiéramos contar su historia de vida porque parecen, al igual que su nombre, estar a la base de su identidad.
Reina es oriunda de la comunidad Ye’kwana de Tencua, donde creció juntos a sus once hermanos y aún vive su familia. Por muchos años vivió en Manapiare, donde tuvo a sus tres hijos y se desarrolló por más de una década como maestra intercultural bilingüe. A ese pueblo, que era su hogar, tuvo que dejarlo para irse a Puerto Ayacucho porque las condiciones cambiaron y vivir lejos de la ciudad se volvió inviable. El escaseo de la gasolina, la consecuente merma del transporte y la ausencia de internet se convirtieron en una condena de aislamiento involuntario e hicieron de ese pueblo (como tantos otros del país) una periferia a las oportunidades. Cuando sus dos hijos mayores se fueron a hacer sus estudios de educación superior, resultó evidente que si quería verlos debía trasladarse a un lugar más céntrico, siendo la capital del estado Amazonas su mejor opción. Y, aunque admite que esa mudanza fue por más circunstancias que por deseo de cambio, así como que pasar del campo a la ciudad no le resultó amable, ella ha sabido hallar en Puerto Ayacucho un lugar de reinvención:
Pero aquí estoy, entonces. Creo que le sirvo de mucho apoyo a mi gente porque estoy en un lugar más céntrico; en las mismas comunidades que apoyo, incluyendo a la que pertenezco, [la gente] ya no pasa por Manapiare primero, sino que vienen para acá directamente, a Puerto Ayacucho. (…) Entonces, aquí sirvo yo bastante…
Reina trabaja para Kuyunu, organización Ye’kwana del Alto Ventuari, y con ORPIA, la organización regional indígena de la Amazonía venezolana, en proyectos sociales sirviendo de enlace para su gente. Atiende al sector Ventuari, que reúne cuarenta comunidades de territorios Jivi, Uwottüja y Ye’kwana, incluyendo el pueblo que dejó físicamente atrás pero que siempre tiene en su corazón, ya que es donde vive su familia y de donde provienen la mayoría de sus recuerdos. En Kuyunu constantemente le toca asistir a otros que también han tenido que dejar su hogar buscando mejores oportunidades.
La organización me escoge como enlace, porque la situación como está ahorita la pandemia y como está la situación de nuestro país, Venezuela, hay muchas personas que vinieron aquí o han ido a la capital a pie, a Puerto Ayacucho y se han tenido que regresar. Entonces, prácticamente aquí, vamos a decirlo, quedó el espacio vacío porque no hay quien les haga la gestión por aquí, un apoyo social que los ayude, sobre todo cuando vienen de emergencia, cuando vienen de pacientes. (…) Yo veo a mi gente indefensa por ahí y no tengo necesidad que alguien me diga: “Mira, ve y ayuda allá”, yo me meto y allí estoy.
Tan es así que su vocación de servicio no se limita a lo que hace en sus espacios de trabajo. Reina ha acogidos a niñas y niños en su casa para que puedan acabar sus estudios. Hace todo lo que está a su alcance para que el desplazamiento de sus hermanos por la precariedad en sus lugares de origen y nuevas amenazas que han traído personas irregulares en las comunidades no conduzcan a la deserción escolar. Reina se preocupa especialmente por los más jóvenes, a quienes ve como los más vulnerables:
Por la situación del país, (…) por la situación no pudieron avanzar. La juventud no pudo avanzar más del municipio a los centros, debido a la difícil situación de mantenernos y de seguir estudiando. Entonces, hasta ahí llegaron muchos, son muy pocos los que salieron, o los que están saliendo con mucho esfuerzo son pocos. Esa es la situación que hay a nivel general en el municipio de donde yo vengo. (…) La misma pandemia ha empeorado la fluidez de las personas, vamos a decir, en traslado, en transporte, en salud, en todos los ámbitos; en la parte de alimentación, o sea, sí se ha visto ese cambio radical. El traslado de la gente de las comunidades, acceder a las comunidades indígenas es bastante difícil (…) La pandemia lógicamente ha empeorado esto. Que no se pueden mover, que no se pueden cuidar… Para cuidarse, prefieren quedarse donde están. Igualmente, por aquí. Para no contaminar a los que están sanos es preferible quedarse aquí. (…) ha empeorado bastante la cosa.
Su compromiso viene de haber vivido ella misma el apremio de dejar a su comunidad. Tiene ya más de siete años sin volver porque es prácticamente imposible llegar allí sin la venia de los militares. Cuando se desplazó fue por una emergencia familiar: su madre estaba convaleciente y salió con lo que tenía puesto y nada más. Dice que fue muy duro dejar a su gente querida y sus cosas atrás, a la deriva. Reunificarse con su marido e hijos tomó tiempo, más de un año mientras que él ponía todo en orden. Ahora mantiene contacto con su madre y otros familiares por radio y es así que sabe cuándo hay que enviar más medicamentos.
Ya son casi cuatro años en Puerto Ayacucho, de haberse lanzado a lo incierto para contrarrestar las faltas. Vive en una casa que le cedieron, precisamente gente de la comunidad de donde viene, porque, como ya no pueden trasladarse, la estaban desvalijando. Habita la casa de otros que también dejaron atrás su casa y ha aprendido que en tiempos duros la casa, el hogar, está donde se puede, donde es oportuno.
