Su afán por el reconocimiento de la territorialidad Yabarana ha sido largo y constante, casi de 40 años. Para María Antonia, oriunda del pueblo Yabarana de la Amazonia venezolana, trabajar por la protección y preservación del territorio indígena es la lucha por el poder volver a vivir dignamente y preservando el legado de sus ancestros.

Tenemos muchos invasores
María Antonia es Yabarana, a sus 65 años y cinco hijos, sigue luchando por su pueblo, sus tradiciones, su lengua y su cultura, que hoy son amenazadas por actividades como la minería, el narcotráfico y el contrabando que degradan el territorio de la Amazonia venezolana y depauperan las condiciones de sus habitantes.
Aquí estoy, en la lucha por mi pueblo y nuestro territorio, porque en nuestro territorio tenemos muchos invasores.
Procedente de una familia humilde y numerosa de la comunidad de Majagua, María Antonia pertenece a la Organización Indígena Yabarana del Alto Perucito del Amazonas (OIYAPAM), que en reiteradas ocasiones ha levantado denuncias ante distintos entes por la defensa de su territorio y su hábitat, por las que muchas veces sus miembros han sufrido agresiones.
Aquí estoy, en la lucha por mi pueblo y nuestro territorio, porque en nuestro territorio tenemos muchos invasores.
María Antonia, indígena Yabarana
Una de ellas, y quizás la más terrible de todas, ocurrió hace seis años. El entonces presidente de la organización, fue víctima de un ataque “cuando desconocidos incendiaron la vivienda de Benjamín Pérez, en la que se encontraba su hijo menor de 10 años, dos nueras, una embarazada de 8 meses y otra con un bebe de un año”, según un comunicado de la OIYAPAM ratificado por otras 40 organizaciones de la sociedad civil.
Ante el avance, extensión y destrucción progresiva de sus tierras, en los últimos diez años indígenas Yabarana, Jotï, Panare y Uwottüja han acentuado sus denuncias y han intervenido en las zonas mineras con la intención de resguardar sus territorios, lo cual ha hecho que mineros por su parte, tomen represalias graves que atentado contra la vida de líderes que, como María Antonia, tan solo quieren respeto y poder vivir en paz.
El derecho es de nosotros
Por muchos años, el pueblo Yabarana ha convivido y mantenido relaciones diversas con otros pobladores indígenas como los Uwottüja, los Panare, Jotï y Ye’kwana en su territorio, que está en el Valle de Manapiare. Sin embargo, la convivencia con los criollos no ha sido tan feliz. Por ello, en los años 80, los Yabarana iniciaron su proceso de lucha por su territorio ancestral, a fin de librarlo de esas ocupaciones no-indígenas. María Antonia ha sido testigo y protagonista en este proceso durante varias décadas:

Elaborado por Wataniba
Yo me dedico a mi pueblo. Desde que yo supe lo que era el derecho de uno como indígena, yo me dediqué a trabajar por mi pueblo, por mi organización. (…) Yo digo que cuando uno quiere hacer las cosas uno lo hace. Y yo lo hago de corazón porque es mi familia. Yo digo: por mis venas corre sangre de mi pueblo y yo lo hago es por ellos. Este territorio es de nosotros, nos lo dejaron nuestros ancestros. Ellos nos dejaron a nosotros un territorio que era un paraíso, que no es como nosotros se lo vamos a dejar a nuestros nietos ahora, yo le digo, porque nosotros mismos estamos destruyendo la naturaleza con esa broma del oro.
Con sus años de vinculación a los procesos de reconocimiento del hábitat Yabarana, María Antonia expresa, con la seguridad de quien se ha forjado entre batallas legales y territoriales, que “el derecho es de nosotros, porque nosotros somos de ahí, nacimos ahí, esa es nuestra tierra (…) Antes estábamos afectados por los terratenientes y ahora estamos afectados por lo de la minería”.

Lugares sagrados
Su lucha por el reconocimiento de la territorialidad Yabarana ha sido larga y constante, casi de 40 años:
Me metí a trabajar por mi pueblo porque el territorio Yabarana estaba invadido por terratenientes que tenían ganado (…) yo veía que mi mamá sufría mucho porque mi papá ya había fallecido y mi mamá había quedado viuda, pero mi mamá quedó en el sitio donde vivía un hermano de ella, y él le hizo conuco a mi mamá, le hizo su casa, y mi mamá quería tener su conuco pues. Ella era feliz ahí con mi abuela, pero el ganado del terrateniente se comía todo lo que ella sembraba. Eso era todos los años que teníamos el problema con ese ganado, porque cuando crecía el río la sabana se llenaba de agua, entonces el ganado se metía en la isla en donde nosotros estábamos viviendo y se comía todo el sembradío, todo lo que nosotros sembrábamos. Yo veía que mi mamá lloraba. Mi mamá le comentó todo lo que estaba pasando al padre Harrán, que visitaba las comunidades en el municipio Manapiare.
El Padre le dijo a mi mamá: “Yo voy a traer a un abogado para que te ayude, ayude a tu familia y ayude a tu pueblo”. A través del Padre Harrán fue que conocimos al doctor Luis Bello que nos dictó talleres para nosotros conocer nuestros derechos como pueblos indígenas. Yo empecé a asistir a los talleres y ahí fue que me di cuenta, porque yo pensaba antes que él que tenía derecho era el señor que tenía los animales, y saber que no, que el derecho es de nosotros.

participan en los talleres dictados por Wataniba para la
elaboración de mapas mentales y calendarios indígenas.
Foto: Wataniba
María Antonia reconoce la importancia de que Wataniba haya ofrecido asesoría legal y talleres en las comunidades para el apuntalamiento de sus derechos constitucionales como pueblos ancestrales. Para ella, estos espacios formativos les brindaran estrategias para el reconocimiento de su territorialidad.
El derecho es de nosotros (…) nosotros somos los que tenemos que defender, nosotros somos los que tenemos que seguir en pie de lucha, hasta ahorita.
Para ella resulta evidente la importancia que tienen los procesos de demarcación y autodemarcación de tierras indígenas. Permiten, entre otros aspectos, garantizar la movilidad, la alimentación según sus patrones socioculturales.
A partir de este trabajo, en el que ella ha sido un actor clave, los Yabarana han plasmado sobre papel sus mapas mentales del territorio para evidenciar la estrecha relación entre el territorio, la historia del grupo, su lengua –casi en total extinción–, sus costumbres y sus formas de utilización y relación con la naturaleza. Utilizando un medio netamente occidental como lo es la cartografía, representan las diferentes formas en los que se relacionan con el espacio que ocupan.
“Ya somos cuatro pueblos indígenas que estamos habitando ese territorio del pueblo Yabarana. Ahorita que yo fui para una asamblea aproveché para decir: Vamos a volver a actualizar el mapa porque ya hay muchas personas que tienen nuevo sitio, vamos a hacer de nuevo el mapa para tenerlo actualizado.
Para los Yabarana su territorio son sus lugares sagrados; también lo son su conuco, su idioma, su manera de alimentarse, de curarse, en pocas palabras: de vivir.

Desaparecer como pueblo
María Antonia pertenece al Concejo de Ancianos de la organización y, a pesar de su diabetes e hipertensión, se gradúo de bachiller después de cumplir 50 años. Una vecina que vivía al lado de la casa de su hija le decía: “Ay, tú no puedes estudiar porque te puedes morir, porque eso te afecta”, pero estudiar “fue una experiencia bien linda para mí porque no pude estudiar cuando era muchacha, pero después de adulta ya estudié y me gradué”.
no pude estudiar cuando era muchacha, pero después de adulta ya estudié y me gradué
Maria Antonia, mujer Yabarana
Sin embargo, estos logros personales y colectivos que relata María, no son suficientes para estar en paz. Ella, su familia y su pueblo están amenazados y, como María Antonia misma señala, los Yabarana están cercanos a la desaparición:
Se hizo la asamblea y allá estuvimos 5 días en la comunidad. Nosotros queremos recuperar nuestro idioma, pues. Como yo dije: Si nosotros que somos el pueblo Yabarana, originarios del municipio Manapiare, ¿Cómo es posible que vayamos a desaparecer? Nosotros tenemos que hacer algo, enseñar a nuestros hijos, a nuestros nietos, nuestro idioma materno, porque si no los enseñamos y nosotros mismos no lo practicamos de verdad vamos a desaparecer como pueblo, y yo no quiero. Dije: Eso es un dolor muy grande. Yo no quiero desaparecer como pueblo Yabarana, porque yo tengo mis nietos.

Para los aproximadamente 440 Yabarana que aún existen (según el último censo oficial en 2011, hace más de una década), la intervención criolla, particularmente todo aquello relacionado con la minería, está causando un profundo impacto.
Yo digo que nosotros porque yo soy Yabarana y yo no estoy metida en esas minas porque a mí no me gusta eso, yo les peleo a ellos esto, que ellos tienen que dejar de trabajar en esa mina para dedicarse a trabajar los conucos, porque muchos de esos jóvenes se van para las minas y dejan los conucos y cuando vienen encuentran un conuco abandonado, lleno de monte, sus casas llenas de monte, todo.
Yo quisiera que mi pueblo de verdad viva como hay que vivir, dignamente, como vivíamos antes.
Me dice mi hijo, el menor: “Ya como antes ya no, eso no volverá. Quítate eso de la cabeza, esos años ya no volverán, ahora vamos a vivir otra vida”, pero bueno: La esperanza es lo último que se pierde le digo yo. Él dice: “Ya los años que usted vivió no van a volver más”
Y aunque a sus hijos no les gusta que se “meta en esto porque ellos dicen que es muy complicado para mí”, para esta mujer Yabarana está claro que:
Uno quiere la mejor vida para los hijos, porque uno no sabe cuándo uno los deja solos, y yo lo que quiero para mi hijo es que tenga una herramienta en sus manos para cuando yo no esté en este mundo él tenga cómo defenderse.
Y poder volver a vivir dignamente en su territorio junto al legado de sus ancestros.
Nota: Los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de los entrevistados.
