Vivir en el estado Amazonas de Venezuela no es fácil, especialmente si se pertenece a una de las decenas de pueblos y comunidades indígenas que se extienden a lo largo de este vasto territorio. Son tales las amenazas a la seguridad y libre tránsito en la Amazonia Venezolana que estos ancestrales pobladores deben afrontar que, con frecuencia, abandonan sus comunidades para aventurarse a eso que llaman “la vida criolla. Irene, del pueblo Uwottüja y protagonista de esta nueva entrega de No le Des la Espalda, cuenta su historia.
Familia de pioneros
Como la mayoría de los venezolanos, Irene vive al día. Hace comida y artesanías para subsistir, aunque confiesa que “eso no cubre, pero es alguito, pues”. A sus sesenta años, esta maestra jubilada ha tenido que reinventarse para salir adelante en una ciudad a la que no pertenece.
Ella pertenece a la minoría indígena del país. Es una de las 257.079 personas que, repartidas entre 29 pueblos y decenas de comunidades, habitan en la Amazonia venezolana; las mismas para las que derechos fundamentales, como el del libre tránsito, la seguridad alimentaria, la integridad personal y la salud, le son frecuentemente arrebatados.
“Estamos viviendo aquí en un barrio, ahorita somos 10 en la casa” afirma Irene, que lleva más de diez años en Puerto Ayacucho, la capital del estado Amazonas al borde del Río Orinoco. En la ciudad, fundada oficialmente en 1928 por orden de Juan Vicente Gómez, habita un poco más de la mitad de los amazonenses. Indígenas y venezolanos de otras partes del país, colombianos, árabes y chinos conviven entre casas desperdigadas, malas comunicaciones y un clima húmedo pegajoso.
Desde el año 2006, con sus seis hijos, “cuatro hembras y dos varones”—dice con orgullo, Irene, dejó su pueblo, una de las tantas comunidades en la región conocida como Orinoco Medio, ante las amenazas que se ciernen sobre sus territorios migran a la ciudad, al igual que muchos otros indígenas de la zona. “Desde esa vez estoy aquí, voy y vengo, pero más en Ayacucho”, asegura como quien quiere reafirmar que no ha abandonado del todo la tierra de su pertenencia, la comunidad indígena donde se crió.
“Mi padre y la familia de una tía son los que fundaron mi comunidad. Éramos dos familias y al año fue creciendo. Después, empezaron a llegar todos los familiares de mi mamá y dos familias de mi papá, y así fue creciendo la comunidad”.
Irene, indígena Uwottuja de la Amazonia Venezolana
“Mi padre y la familia de una tía son los que fundaron mi comunidad. Éramos dos familias y al año fue creciendo”, relata con un dejo de añoranza de tiempos pasados en los que la vida era más sencilla. “Después, empezaron a llegar todos los familiares de mi mamá y dos familias de mi papá, y así fue creciendo la comunidad”. Y realmente creció, porque hoy, esta pequeña comunidad Uwotüjja a poco menos de un kilómetro de la imponente ribera del Orinoco y a medio camino entre Isla Ratón, capital del municipio Autana, y Mataveni, al sur del estado, alberga alrededor de 600 habitantes.

“No se consigue nada, nada”
Si algo hay que caracteriza a Irene es su espíritu emprendedor y comprometido con su pueblo Uwottüja. Asegura que no ha sido fácil, pero junto a otras mujeres se ha organizado y “hemos hecho ya grandes grupos para ir trabajando con los emprendimientos”. Con OMIDA, la Organización de Mujeres Indígenas de Autana, “nos organizamos por familia para trabajar diferentes emprendimientos aquí en la ciudad, igualmente como hacen los bachaqueros de Ayacucho, nosotras estamos promocionando nuestros productos amazónicos y algunos víveres que son básicos. Nos pusimos a vender, a trabajar, a promocionar nuestros productos sin ninguna ayuda de financiamiento ni nada, nadie nos ha apoyado”.
Sin embargo, aunque las carencias alimentarias en Puerto Ayacucho son evidentes y los productos amazónicos que prepara Irene tienen buena acogida entre vecinos, amistades y algunos comercios, uno de los más prósperos negocios de la zona es la venta de gasolina de contrabando. Las autoridades lo saben, pero, si redoblan las operaciones y los decomisos, también atentarían contra el principal motor económico que mueve a la frontera.
Irene afirma que “son los contrabandistas encompinchados con algunos guardias, son ellos los que hacen negocio, un negocio grande aquí. Para poder conseguir [gasolina] es, como se dice, en el mercado negro, y nada más en Colombia porque aquí en Venezuela no hay nada. Es difícil, hay que estar reuniendo platica, porque todo es en pesos no en bolívares”.
Hasta hace dos años la crisis de combustible en el país ya dificultaba lo suficiente el libre tránsito hacia las comunidades indígenas. Después de la pandemia, salir de la ciudad implica una planificación, logística e inversión dignas de un vuelo trasatlántico.
“…antes, al menos uno conseguía, pero ahorita con esta pandemia nada, no se consigue nada, nada, todo se consigue allá en Colombia”
Irene, indígena del Pueblo Uwottuja del estado Amazonas de Venezuela.
En Puerto Ayacucho, prácticamente todo gira en torno a la disponibilidad de gasolina. La escasez de alimentos, de medicinas e insumos médicos, entre otras cosas, obliga a sus habitantes a cruzar el Orinoco, la serpenteante frontera con Colombia, para surtirse de lo necesario, porque “antes, al menos uno conseguía, pero ahorita con esta pandemia nada, no se consigue nada, nada, todo se consigue allá en Colombia”, afirma Irene.

Seguridad y libre tránsito ¿Derechos o privilegios?
Transitar libremente y sin riesgos a la vida por territorio amazónico venezolano, más que un derecho se ha convertido en un privilegio para los pueblos indígenas. “Yo fui dos veces nada más a mi comunidad el año pasado, este año no hemos podido salir”, confiesa la Uwottüja que con optimismo agrega, “estamos planificando, pero no sabemos si vamos a salir este fin de semana, si conseguimos plata y gasolina”.
Las vulneraciones que viven los pueblos indígenas en la Amazonia venezolana en torno a los derechos al libre tránsito o la seguridad personal que proclama la Constitución Nacional son aún mayores para quienes permanecen en sus comunidades, bien porque nunca se han marchado o bien porque, habiéndose aventurado a vivir la “vida criolla”, se han visto en la necesidad de volver a sus territorios ante la precariedad y las dificultades que la crisis nacional ha generado en estados como el Amazonas.
“Cada día aumenta esa gente en nuestro territorio indígena, eso ha sido una lucha hoy en día, ha sido una lucha fuerte de enfrentamiento entre los mismos indígenas”.
Irene, indígena del Pueblo Uwottuja en la Amazonia venezolana
Además de la falta de combustible, imprescindible para surcar las aguas de los ríos que generalmente rodean a estas comunidades, hay que añadir la presencia de factores externos que propician la exclusión de los originales propietarios del territorio, la división de las comunidades y la violencia. “Cada día aumenta esa gente en nuestro territorio indígena, eso ha sido una lucha hoy en día, ha sido una lucha fuerte de enfrentamiento entre los mismos indígenas”.
Entre trochas, armas y restricciones
Aunque Irene hace su vida lejos de su comunidad, su gente le preocupa “porque no importa que nosotros estemos aquí en la ciudad, ese es nuestro territorio, nos pertenece y eso nos duele porque allá vive nuestra familia todavía. No todos estamos en la ciudad, hemos emigrado pocas personas, pero la mayoría está allá todavía. Yo tengo allá a mis dos hermanos, los primos, sobrinos, sobrinas, mi hermana…”.
En los territorios que ancestralmente han ocupado los indígenas del pueblo Uwottüja, las cada vez más frecuentes incursiones de mineros ilegales amenazan la estabilidad y la convivencia de las comunidades. “Los hacen pelear entre las comunidades, entre la familia, tienen a los jóvenes entrenando con armas y eso no es la vida de ellos”. Irene asegura, con la autoridad que le confieren sus raíces, que “no les gusta que esa gente esté en su territorio, han hecho trochas porque no los dejan pasar por ríos. Es muy difícil, no saben cómo sacarlos porque ellos están encompinchados con la misma autoridad, la Guardia”.
Irene teme que, si la situación persiste, pueda desembocar en conflictos de resultados lamentables. En la cuenca del Sipapo, por ejemplo, “últimamente hubo un enfrentamiento […] Es muy triste para nosotros porque la gente nunca ha convivido con esa gente armada y también restringiendo: no pesque allá, pesque aquí, caza allá, tienes que dormir temprano. Eso no es su vida, pues ellos son libres en su medio, cazan de noche, pescan de noche, entonces no pueden salir los controlan, reclutan a los jóvenes, muchas cosas han sucedido en nuestro territorio con esa gente”.
En diversas oportunidades las comunidades indígenas del pueblo Uwottüja han exigido la expulsión de los grupos irregulares y solicitado seguridad a las autoridades competentes, pero “no ellos no van, dicen que no hay gasolina, van cuando uno ya está exigiéndoles, así nada más van, si no, no van”.
Y así, mientras los pedidos de pueblos indígenas como el Uwottüja, al que Irene pertenece, siguen sin ser atendidos, crecen las amenazas a la vida de sus pobladores, a sus territorios y la vulneración a derechos fundamentales como el del libre tránsito o la seguridad personal en la Amazonia venezolana.
Conoce más sobre las vulneraciones a los derechos fundamentales de los pueblos indígenas de la Amazonia de Venezuela, desde las propias voces de sus habitantes, visitando nuestra página No le Des la Espalda en nuestro sitio web.

Nota: Artículo basado en una entrevista realizada en el año 2021. Los nombres de los protagonistas han sido cambiados y los de las comunidades omitidos para proteger la identidad de los entrevistados.